Qué triste el lamento del pavo real,
el gemido lento y desgarrado
del narciso que se mira en el estanque
y se encuentra al otro que, como espejo,
le recuerda la soledad perfecta;
la solitaria perfección,
el eco lejano
de otro que igual que él,
se lamenta de un amor jamás habido.
Qué terrible ese grito de ave
desahuciada,
de cigarra abandonada en mes de julio,
de caricia sin dueño,
de hombre emplumado
sin Dios y sin tiempo.
Gemido de cogote enjoyado
que ni pico ni labios han tocado.
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